Un hombre de profunda fe y confianza inquebrantable en la Providencia Divina, el Obispo Dubuis estaba convencido de que las necesidades desesperadas de los enfermos y de los numerosos niños huérfanos de su diócesis podían ser atendidas por el servicio de mujeres religiosas. Al no obtener asistencia de las comunidades en los Estados Unidos, escribió a varias órdenes religiosas en Francia, incluida su amiga, la Madre Marie Angélique, Superiora de la Orden Clarisas del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento en Lyon, Francia.
Su carta a ella refleja un llamado conmovedor y dinámico.
“Nuestro Señor Jesucristo, sufriendo en las personas de una multitud de enfermos y desvalidos de todas clases, espera en alivio de vuestras manos…”
La Madre Angélique, conmovida por esta urgente solicitud, aceptó en el monasterio a tres jóvenes francesas que respondieron a este llamado. Después de un breve período de preparación, partieron hacia Galveston.