Sor María Cristina Vargas y sus experiencias en Zambia, por Carlos Gutiérrez Bracho.
Sor María Cristina Vargas pertenece a las Hermanas de la Caridad del Verbo Encanado, que se encuentran en Estados Unidos, México y Perú. Un ofrecim iento para irse de ministerio a África le hizo conocer más profundidad su fe religiosa. Durante 15 años, trabajó con uno de sectores más vulnerables de Zambia: los enfermos de VIH. Aquí nos comparte su historia.
«Todo comenzó en el 2000, el año de Jubileo. En mi congregación se promovió la idea de llevar la misión a nuevos horizontes. Se buscaron dos países de África: Zambia y Ghana. También Haití. Diferentes hermanas visitaron esos sitios, trajeron reportes y lo presentaron a la congregación. Se hizo un discernimiento y el que más nos convención fue Zambia, que albergaba a 13 millones de personas amantes de la paz.
Un día, pidieron voluntarias Yo me apunté. Tenía deseos de salir, de tener otro tipo de experiencias en otra cultura. Decía: sí, voy. Y fui. Me movía el servicio a los demás. Me llamaba el servir a otra cultura diferente a la que conocía en México y con la que había convivido, porque estuve en el Instituto Nacional de Cardiología como 11 años trabajando con los enfermos.
También en el Valle del Mezquital, en la zona otomí. Había vivido con gente muy necesitada. Durante la preparación para la misión nos hicimos conscientes de que ir a Zambia no era inculturación, porque no puedes dejar tu cultura y meterte a otra. Lo que se hace es un proceso de aculturación, de conocer y apreciar los valores de otra cultura diferente y poder convivir con ellos.
Primero viajamos dos hermanas. Luego se fueron otras tres. Llegamos a la capital, Lusaka. Era desconocido, pero sentíamos mucha fuerza de Dios. Al llegar, fuimos a la cantamisa de un sacerdote nuevo. Mi primera sorpresa fue ver a tanta gente de color junta. Llegamos con unas hermanas combonianas. Estuvimos como una semana antes de ir a Mongu, capital de la Provincia Occidental de Zambia donde pasé el resto de mi ministerio. Para llegar de Lusaka a Mongu, se atraviesa un parque nacional donde hay animales salvajes. Había elefantes, jirafas, cebras, venados, leones .. atraviesan la carretera, porque así están acostumbrados.
Llegamos en julio, un tiempo que no es bonito. Era invierno y estaba todo seco, seco, seco. La lluvia llega a finales de año, porque, como está abajo del Ecuador, las estaciones están invertidas. Cuando vi el parque después de las lluvias, al siguiente año, como en marzo o abril, el verdor era increíble.
Había mucho riesgo de hacer el recorrido de la capital a Mongu. Los caminos eran malos. A veces se descomponía el coche y tenías que esperarte las horas a que pasara otro. Además, cruzar el parque en la noche era peligroso, sobre todo por animales. A los elefantes no hay que hacerles ruido. Si vas manejando y está un elefante enfrente, paras el coche para que no oiga el motor. Una vez vimos a uno enojado, fue horrible. Los hipopótamos también son peligrosos. A veces se salen, andan afuera del agua.
Mongu que es la capital de la Provincia Occidental, es también la región administrativa más grande en Zambia. Fuimos a buscar nuestro ministerio, de acuerdo con el obispo . Él nos propuso uno con huérfanos y con enfermos de VIH, porque en ese tiempo aún no habí a medicina contra el SIDA y había muchos contagiados. La prevalencia del virus en la provincia se estima en el 15.2% de la población de 15 a 49 años; la tasa de infección es más alta entra las mujeres, con un 16.1%, mientras que la de los hombres es de un 13.9%.
Me preparé en un seminario de programas para enfermos, para conocer cómo estaba la situación.
Todo eso me hizo vivir y trabajar codo a codo con la gente. Instalamos un laboratorio en el Centro, donde iban a hacerse la prueba de SIDA. En Zambia no es obligatorio el examen. Pero ahorita, sí lo es para las mamás embarazadas, para evitar la transmisión a los bebés a través de la leche. Muchas chicas eran madres solteras. Los hijos no tenían papá, o sea, sí lo tenían, pero eran casados o las abandonaban. Lo peor es que muchas estaban infectadas de VIH y eran muy jóvenes, a veces apenas y tenían 15 años, otras no llegaban a los 20, ya tenían a un bebé y estaban enfermas. Eso me daba tristeza. A veces los niños estaban bien, pero las pobres mujeres no tenían trabajo, no tenían nada.
Trabajé siete años en un programa para evitar que contagiaran a sus bebés, y esa fue otra experiencia increíble. Bellísima, porque salvamos muchas vidas, aunque algunos niños se nos llegaron a morir por la infección.
En la Diócesis de Mongu coordiné el programa al cuidado de los enfermos en sus casas. A nivel del sector salud colaboré en los avances e investigaciones de la enfermedad especialmente para evitar la transmisión del virus del SIDA de las madres infectadas a sus bebés recién nacidos y, sobretodo, salvando vidas en el programa Cuidado Materno Infantil, patrocinado por mi congregación.
Todavía hay mucho rechazo y se estigmatizaba mucho a los enfermos, aunque ahora está mejor que antes. La gente se aislaba, no quería que nadie supiera que estaban contagiados. Cuando llegamos, en el 2001 estaban los pacientes en sus casas esperando a morirse. Los antiretrovirales a Zambia llegaron un poco después, entre el 2003 y 2004, y en 2005, el gobierno comenzó a darlos de manera gratuita.
Los africanos no se dan por vencidos. Tienen una gran capacidad de sufrimiento. Le buscan donde sea y salen adelante. Me impresionó cómo son aguantadores para sufrir.
Sus trabajos son rudos, porque el clima es muy caliente, y es una región ingrata, porque es arenosa. Es una zona plana. Lo que pueden cultivar es maíz y arroz, porque viene el río Zambeze desde el Norte y anega los terrenos de ahí. El arroz requiere cuidado e inversión. No todos pueden sembrar, pero se van a la pizca. Muchas veces me tocó atravesar campos de arroz para visitar enfermos, porque ya no entraba el carro ahí. Fue duro.
En Zambia las personas son calidad. En algunas ocasiones fue dif ícil trabajar con algunas, especialmente las que tenían algún poder relacionado con su tribu. También son artistas. Son buenos para la danza, para el canto y la actuación. Te preparan una obra en un ratito. Aprovechamos eso para enseñar a las mujeres a través del teatro. Cada mes, hacíamos una presentación en el mercado, en una clínica, en diferentes lugares. Ellas mismas escribían sus obras. En la Iglesia, los cantos son una maravilla, porque tienen unas voces increíbles. Los coros en las iglesias son bellísimos. No hay mucha población católica.
En Mongu, un diez por ciento de la población es católica, el resto puede ser pentecostal, adventista de la Nueva Iglesia Neoapostólica, evangélico, presbiteriano, adventista del Séptimo Día … aunque ¡todos conviven bien! Se hacen celebraciones ecuménicas.
Además, son muy solidarios. Para los funerales, ¡madre mía! Si los vieras, llegan carros, carros y carros. Un día, un muchachito que trabajaba con nosotros no fue y no avisó. Le preguntamos que por qué no había ido y no nos había avisado.
«Es que se murió quién sabe quién ”, me dijo.
“¿Era familiar tuyo?” le pregunté .
«No. Es que éramos del coro y el muchacho que se murió era del coro. Nosotros siempre vamos a eso.»
Les tienes que dar su derecho al día del funeral, porque es un acto de solidaridad. Consiguen carros de no sé dónde para ir hasta el cementerio. Siempre me impresionó esa solidaridad del pueblo.
Tienen una fiesta de iniciación sexual, aunque se supone que está prohibida. Ponen unas banderas. Cuando las ves, sabes que hay fiesta toda la noche. Las niñas tienen alrededor de 15 años, y hay para niños también, pero es más fuerte la de las mujeres. Nunca le pesqué muy bien cómo era la de la “iniciación” de los hombres. Hay muchas niñas embarazadas, que están en la secundaria o en la prepa. Los temas sexuales casi no los manejan los papás, lo hacen las tías. Les enseñan cómo darle placer al hombre y eso. Todavía tienen muchos tabúes. En México, las comunidades indígenas son más abiertas. Aquí te invitan un taco o lo que tengas y allá no, porque no tienen. Allá tú tienes que pensar qué le llevas a la familia. No es fácil que te inviten a su casa. Con las visitas eran difíciles. Yo y otra religiosa no podíamos-ni no aconsejaban- hacerlas solas. Teníamos que ir con uno de los trabajadores. Siempre guardaban un poco de recelo y más porque no éramos de ellos. Hay una palabra que usan para decir que eres de piel blanca, aunque realmente no lo seas:»macua»en Lozi, el idioma local.
Viví mucha presencia de Dios trabajando con ellos, sirviéndoles en lo que se podía. Era ver a Dios en su sufrimiento. Eso me servía para mi oración, pedir por ellos, tratarlos como una familia. Me acercó mucho a Dios estar allá. Me sentí en comunión con la naturaleza. Mi fe se hizo muy profunda en el trato con el pueblo. Me acercó mucho. No es que estuviera lejos, pero fue de otra manera, por la misma diferencia de cultura y de gente.
Este ministerio fue un gran regalo de Dios, pues como un Buen Pastor puso la mesa para mí, como dice el Salmo 22(23) y gracias a mi preferencia y amor por el ministerio en el área de salud, Él me abrió el camino para hacerlo realidad.»
Revista «En su propia voz» / Christus Octubre * Noviembre * Diciembre 2017.
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