Es increíble que la trata de personas siga siendo una tragedia invisible, a pesar de sus notorias consecuencias: cada año, entre 700 mil y 4 millones de personas son víctimas por todo el mundo. Si bien estos cálculos varían mucho, incluso las cifras más conservadoras son alarmantes.
Sin duda, el tráfico o trata de personas es uno de los delitos más crueles que existen, pues priva de su dignidad y derechos a las víctimas, para someterlas a condiciones de esclavitud, con fines de explotación sexual, trabajo forzoso en la agricultura o industria, servidumbre doméstica, extracción de órganos o mendicidad infantil. En la mayoría de los casos, los afectados provienen de los grupos más marginados de la sociedad.
Definida como la esclavitud del siglo XXI, la trata es uno de los negocios ilícitos más lucrativos y está presente en todos los países, ya sea como punto de partida, de tránsito o destino. A nivel global, una de cada 5 víctimas son niños, aunque en algunas regiones de África y Asia conforman la mayoría de las personas traficadas.
Por otra parte, las mujeres representan entre el 70 y 80 por ciento de las víctimas restantes. La gran mayoría son jóvenes de origen humilde que son engañadas con falsas promesas de empleo y después violadas, golpeadas y encerradas. Se les explota económicamente y son mantenidas con amenazas de violencia. Para los tratantes, las personas son objetos para comerciar con ellos; las atraen mediante engaños o coacción, para después atraparlas en situaciones de abuso. La vida humana queda, así, despojada de su valor, pisoteada y equiparada con cualquier mercancía.
A pesar de que este delito va en aumento y de que la mayoría de los países ya lo han criminalizado en su legislación, las sentencias siguen siendo muy pocas. Además, más de 2 mil millones de personas en el mundo aún no cuentan con protección adecuada de leyes nacionales contra este crimen.
Este 8 de febrero, conmemoramos la Jornada Internacional de Oración y Reflexión contra la Trata de Personas, en coincidencia con la fiesta de Santa Josefina Bakhita, una esclava de Sudán canonizada en el año 2000.
La primera edición de esta Jornada se celebró en 2015, por voluntad del Papa Francisco, como respuesta a las peticiones hechas por religiosas comprometidas desde hace años contra la trata. Es una fecha para encender una luz en las tinieblas, orando y sensibilizándonos ante la magnitud del problema en el mundo.
En 2015, el Papa Francisco dedicó su mensaje de la Jornada Mundial de Paz al tema “No más esclavos, sino hermanos”, en el que denunció que hay millones de personas privadas de su libertad, obligadas a vivir en condiciones similares a la esclavitud.
Es momento de que contribuyamos a romper el silencio y disipemos la oscuridad que aún existe en torno a la trata de personas. Que no pase inadvertida esta realidad lacerante que aumenta cada día. Las víctimas necesitan de nuestra solidaridad, esperanza y oración.
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