Estamos en la temporada más hermosa del año y, por fin, llega ya la Nochebuena, el momento de celebrar el mayor obsequio recibido como humanidad: Jesucristo hecho hombre. Recibimos con alegría al hijo de Dios, preparando nuestros corazones para él.
“Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en él no se pierda, más bien tenga vida eterna” (Juan 3:16).
En esta época el ambiente se llena de alegría, hacen su aparición los villancicos y por todas partes se presentan imágenes de árboles llenos de luces y familias reunidas alrededor de la mesa. Es un tiempo de unión y gozo, en el que nos damos la oportunidad de convivir, compartir y agradecer por todas las bendiciones recibidas.
Sin embargo, mientras la celebración de Nochebuena transcurre en paz para la mayor parte de nosotros, cientos de personas sobrellevan el sufrimiento en distintas regiones del mundo.
Los atormentados por la guerra en Siria, los migrantes, las familias de los desaparecidos, las personas víctimas de trata y muchos más nos orillan a preguntarnos ¿cómo llevar la buena nueva del Nacimiento de Jesús a quienes enfrentan amenazas de manera continua?, ¿cómo anunciarles Su Paz?, ¿cómo celebrar con alegría en el hogar mientras nuestros semejantes están envueltos por el dolor ocasionado por las bombas?
Empecemos por reconocer que hasta en las más sombrías condiciones, el milagro del Nacimiento de Jesús está presente. Fue Él quien eligió ser hombre para hacernos partícipes de su vida divina y, también, para solidarizarse con nuestra condición humana. Es Él quien nos hermana y quien consuela nuestros corazones con su infinita ternura.
Su encarnación es la personificación de la esperanza. Jesús llega al mundo para darnos aliento y hacernos saber que las promesas de Dios serán cumplidas. Tenemos esperanza, precisamente, porque Jesús vivió, murió y resucitó por nosotros.
En esta noche, pidamos al Niño Jesús que abra nuestros corazones y nos ilumine para que seamos capaces de reconocer su rostro en cada uno de los ancianos, de los pobres, los maltratados, los abandonados, los enfermos… Que no seamos tímidos y llevemos cada vez más lejos su mensaje como Salvador del mundo y fuente inagotable de paz verdadera, y especialmente, que nos enseñe a dar testimonio permanente de su amor a través de nuestras obras.
Vivamos estos días en solidaridad. Unámonos en oración por nuestros hermanos que están lejos y acompañemos en su necesidad al que está cerca, compartiendo el aliento, amor y esperanza que nos da Cristo con quienes más lo necesitan.
Experimentemos la alegría que nos da el profundo y verdadero amor de Cristo.
¡Feliz Navidad!
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