La gente y las circunstancias cotidianas nos regalan momentos maravillosos, que al percibirlo nos da la clave para encontrar, decidir y vivir nuestra vocación. Nuestra hermana Leticia de Jesús Rodríguez optó.
Elección y actitud de vida
Todo empezó cuando yo tenía como ocho años, bueno al menos cuando recuerdo tener conciencia de la presencia de Dios en mi vida. Mi papá me llevó a visitar a una tía que pertenecía a otra congregación religiosa y fuimos una tarde de visita a su convento.
Recuerdo que, mientras mi papá charlaba con mi tía, yo estaba sentada en una banca afuera de la capilla, rodeada de un jardín muy bonito. Yo podía escuchar los sonidos de las estudiantes en ese lugar, y el de las hermanas en sus quehaceres regulares. No lo puedo expresar con palabras pero yo me empecé a sentir tan a gusto, en paz, y sosegada que pensé: “qué bonito seria para mí vivir aquí’. Mi papá luego me comentó que en ese momento mi tía le pregunto: “¿qué estará pensando Leticia?” Fue cuando me di cuenta de una gran estatua del Sagrado Corazón de Jesús que, desde dentro de la capilla parecía que me estuviera viendo atentamente y como si quisiera hablar conmigo; recuerdo que, en un impulso yo comencé a hablar con la imagen de Jesús y le dije: “Jesús, yo quiero ser tu novia para siempre; te prometo que nunca me casaré para poder ser tu novia para siempre”. Claro después se me olvido la promesa hecha a Jesús, especialmente durante mi adolescencia y principios de mi juventud, pero creo que Jesús nunca la olvido pues permitió que yo la recordara tiempo después.
La oportunidad de hacer efectiva la promesa a Jesús que le hice cuando era niña, me llegó cuando cumplí los veintiuno; yo estaba comprometida en matrimonio con un muchacho que había sido mi novio por ya más de cinco años y pues creíamos que ya era justo y necesario casarnos. Pero yo no estaba a gusto, había algo en mi interior que no me daba paz, era como si estuviera caminando hacia una nueva situación que no era para mí, que no me iba a ser feliz. Así es que platicamos, mi novio y yo, y decidimos ir juntos a un retiro para jóvenes que estuvieran planeando ser parejas en un futuro próximo.
Así lo hicimos, sin embargo él ya no se sintió motivado para regresar al curso; yo si me sentí motivada a continuar y terminar el programa. Al término de la semana se nos preguntó a los participantes acerca de hacia dónde veíamos nuestro futuro y pues claro que yo dije que hacia un compromiso de servicio, pero que definitivamente no hacia el matrimonio. Este reconocimiento me dio la sensación de libertad por primera vez después de algún tiempo de sentirme insegura. Claro que el resultado fue, que mi compromiso en matrimonio se canceló, y esto me dio aún más felicidad y libertad.
Como resultado de la afirmación que recibí después del retiro, busque como canalizar mi deseo de servir, así es que ingrese a un grupo juvenil de reflexión Bíblica y preparación para algún ministerio en la Iglesia. Yo me preparé para ir de “misiones” a lugares necesitados en mi país, México. Fui miembro del grupo de jóvenes misioneros por dos años, durante los cuales encontré que podía ser muy feliz sirviendo a los demás y esto me dio una nueva libertad, en la experiencia de aventura y servicio que nunca antes había experimentado.
Durante mi tiempo como joven misionera laica, yo recordé, o Jesús me recordó que yo le había prometido nunca casarme y permanecer como su “novia para siempre” así es que renové esta promesa, de manera privada por supuesto y esto me dio paz y estabilidad emocional, por un tiempo al menos.
En el fondo de mi corazón yo no estaba en paz, con el tiempo me di cuenta de que mi necesidad de Dios no se saciaba sino que crecía cada día. Entre en una crisis muy fuerte al darme cuenta de que yo quería tener un compromiso de tiempo completo con Jesús, pero me sentía atada aun a varias situaciones como son el trabajo, mis amistades, diversiones y aventuras; y de un modo especial mi familia, mas concretamente mis padres.
En esta etapa fue cuando Dios envió a mi vida a una hermana de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado. La hermana fue un regalo de Dios para mí, con su experiencia y compromiso me ayudo a discernir lo que Dios quería de mí.
Un día, estando en entrevista y después de discutir y llorar mi propia situación, la hermana me dijo: “Leticia, ¿crees en mí? ¿Crees que yo te hablaría con la verdad? Yo le contesté que sí. Desde la fe, yo la consideraba enviada de Dios para mí, entonces ella me dijo: “Leticia, tú tienes vocación para la vida religiosa; Jesús, Verbo Encarnado te está llamando a servirlo, ¿crees tú esto? En ese momento me di cuenta que esas eran las palabras que mi corazón estaba ansiando escuchar y le contesté en medio de lágrimas, que sí, creía.
Después de esa entrevista, entré a un proceso de preparación que, aunque no fue nada fácil sino todo lo contrario, finalmente pude ingresar a la vida religiosa en la Congregación de las Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado, el 5 de septiembre de 1985. Hice mi primera profesión el 15 de Agosto de 1988; y de verdad confío que Jesús Verbo Encarnado me permita, y a ustedes lectoras(es) pidan por mí, para que yo pueda continuar y terminar mi vida en este mundo siendo ‘suya para siempre”. Hasta el final.
En el encabezado: Hermana Leticia de Jesús Rodríguez, CCVI.
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