Si pidiéramos a algunos estudiantes que nos revelaran sus experiencias en el salón de clases, seguramente encontraríamos una porción que –víctimas de profesores sin vocación o mal capacitados- estarían aburridos, sintiéndose presos de un sistema que les llena de datos irrelevantes y los mantiene atados a sus pupitres, cual si fueran lastres.
En el otro extremo, encontraríamos a quienes están disfrutando de aprender y cuyos profesores los inspiran, alientan y comprometen a dar lo mejor de sí mismos. De estos profesores queremos hablar.
Si curioseamos en nuestra memoria, hallaremos con facilidad los rasgos y miradas de estos maestros ejemplares. Veremos a aquella mujer menuda de piel tostada que destacaba nuestros avances y nos hacía sentir capaces, poderosos, únicos.
También reconoceremos al profesor canoso y bigotudo, con un carácter tan jovial y entusiasta que parecía tener el doble de energía que cualquiera de nosotros. Y qué decir de quien combinaba dulzura y rigor, desafiándonos a llegar cada vez más lejos utilizando para ello la “inocente” pregunta: ¿este trabajo refleja tu mayor esfuerzo?
Vivirán para siempre, en nosotros, quienes lograron emocionarnos tanto con una lectura, que hoy hacen que tengamos una pila de libros en la mesilla de noche; o los que consiguieron explicarnos la fuerza y velocidad tras experimentar el vértigo causado por una montaña rusa. Y, por supuesto, quienes nos tendieron la mano tras una caída o nos enseñaron con su testimonio la importancia de la congruencia y la generosidad.
Los buenos profesores se distinguen porque acompañan, aconsejan, fortalecen y guían a sus alumnos. Enseñan, con su ejemplo, que la vida es un gran don, y que merece ser vivida con pasión. Trabajan sabiendo que cada alumno –sin importar sus habilidades particulares- posee las herramientas necesarias para construir sus propios conocimientos y superarse día con día.
Celebramos y damos gracias a estos grandes maestros que reconocen en cada persona una obra perfecta de Dios, y en su misión de llevar el arte y la ciencia, la enorme oportunidad de conducir a otros a descubrir y valorar la grandeza del mundo que nos ha sido encomendado.
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