¿Por qué fijar un día para sensibilizar al mundo sobre los refugiados y los migrantes? ¿Acaso no basta ver cada día las noticias, escuchar la radio o seguir las redes sociales para saber que son cada vez más las personas que, por gusto o necesidad, abandonan sus lugares de origen? La respuesta es no.
No es suficiente reconocer que los flujos migratorios van en aumento a lo largo y ancho del planeta. El Día Mundial de los Migrantes y Refugiados nos invita a hacer una reflexión más profunda sobre este tema tan complejo, al que debemos prestar atención. A los católicos, nos da la oportunidad de hacer un alto en el camino para asumir un rol más activo en apoyo de nuestros hermanos en su búsqueda de una vida que les aleje de la guerra, la pobreza, el hambre, la explotación o los desastres ambientales.
Se estima que 3.4% de la población mundial vive fuera de sus lugares de origen. Entre ellos, alrededor de 250 mil son migrantes que abandonan voluntariamente su país, con la intención de encontrar oportunidades laborales y mejores condiciones de vida para ellos mismos y las personas que aman. Por lo general, estos desplazamientos ocurren hacia países con economías más fuertes, o bien, como resultado de ofertas de trabajo con beneficios muy superiores a las disponibles en su región.
Hay otro grupo de migrantes que se ven obligados a escapar por motivos más graves: los refugiados, quienes enfrentan el peligro de ser perseguidos o atacados en su nación, por guerras o motivos de raza, religión, grupo étnico, clase social, ideología o algún otro y, por ello, se ven impedidos a regresar. Las condiciones económicas del país de asilo son irrelevantes; lo que buscan es seguridad.
Se estima que hay 21 millones de refugiados en todo el mundo. De ellas, 1 millón y medio necesitan ser reasentados este año, según Amnistía Internacional. Más de 7 mil migrantes se han ahogado en el Mediterráneo tan sólo de 2013 a la fecha. Estas cantidades nos revelan una profunda crisis de derechos humanos y de justicia.
Y existe un tercer grupo de desplazados: el de las víctimas de organizaciones criminales que comercian internacionalmente con las vidas de hombres, mujeres y niños para traficar con sus órganos o explotarles sexual o laboralmente.
En el mejor de los casos, además del sentimiento de nostalgia por sus raíces, los migrantes y refugiados enfrentan brotes de discriminación; en los peores, son víctimas de abusos y violencia por parte de los traficantes, además de padecer hambre, frío, angustia y soledad.
Los retos derivados de la migración demandan toda nuestra energía y una acción colectiva para defender el derecho humano al asilo y ampliar las oportunidades de colaboración en beneficio de estos grupos y, por ende, de la sociedad entera. Ojalá que seamos capaces de reconocerlos como nuestros hermanos, abriendo nuestra conciencia y nuestros brazos para aliviar su sufrimiento, acogiendo sus diferencias y enriqueciéndonos con su diversidad.
Combatamos las tendencias y expresiones discriminatorias y violentas. Oremos por ellos, reconociendo en sus rostros a Jesús y, en su travesía, a la de la propia Sagrada Familia en su salida de Egipto. Reconozcamos que la presencia de cada una de estas personas nos permite compartir la esperanza y la alegría que brotan de la misericordia de Dios.
En el encabezado: Niños en un campamento improvisado en un parque de Belgrado. Fotografía: Shutterstock.
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