Algo mágico nos ha envuelto durante todo nuestro año Jubilar con las diferentes oportunidades y formas de encuentro que hemos tenido. Una necesidad imperiosa de comunicación, de amor, de encuentro nos habita, ¿Qué nos ocurre? Y la respuesta la podemos encontrar recorriendo el camino del 150 aniversario Congregacional y en la celebración de la Navidad Congregacional: la Palabra de Dios que no solo es noticia y mensaje, ¡se ha hecho carne! Y habita en nosotras y entre nosotras.
Nos reunimos en el Señor como Congregación dentro del marco del sesquicentenario de nuestra fundación. Cristo que es la Luz, el Camino, la Verdad y la Vida y ha estado con nosotras y en nosotras desde 1869, ha venido renovar su promesa de nacer-continuar en el corazón de la Congregación para llenarla de nueva vida y esperanza, para que continuemos llevando su amor de encarnación-humanización a todos los rincones que necesiten de la presencia de ternura y compasión del “Niño Dios Encarnado-humanado”.
Los villancicos y pastorelas, que sonaron y resonaron en nuestras posadas, convirtieron nuestra comunidad en un templo extendido para el encuentro alegre, gozoso con Dios. Las luces y las véngalas, movieron nuestra fantasía y avivaron nuestra fe. Los alimentos navideños nos evocaron sabores deliciosos de familia unidad en alegría. Los encuentros en medio del frío hicieron que los cariños, amistades renacieran y los lazos se estrecharan nuevamente. Nos dimos la oportunidad de enviar mensajes de cariño y felicidad en todas las direcciones a cada una de nuestras hermanas CCVI.
La Navidad nos ha llevado a subrayar la fraternidad, la interculturalidad, el amor universal en donde la grandeza está en la pequeñez, en la humildad. En donde la gran familia de Dios muestra una nueva sociedad que rompe toda barrera que cause división.
Dios confía en nosotras, en nuestra aceptación y colaboración, en nuestro amor como respuesta a su amor encarnado.
Agradecidas por la vida compartida, deseamos que este Nuevo Año 2020, continúe lleno de la bendición del Verbo Encarnado.
Por Sor Luz María Rangel.
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