La Solemnidad de María, la Santa Madre de Dios es una festividad de la Santísima Virgen María bajo el aspecto de su maternidad de Jesucristo, que los cristianos ven como el Señor, el Hijo de Dios. Se celebra en el Rito Latino de la Iglesia Católica el 1 de enero, el Octavo día de la Temporada Navideña.
Creencia Tradicional:
Este es un festival muy antiguo, que antes se celebraba el 11 de octubre. El festival actual responde a la pregunta: “¿Por qué los Católicos honran a María?”. En ocasiones, los que no son cristianos creen que nosotros, los católicos, veneramos a María como a una diosa que dio a luz a nuestro Dios. Los cristianos que no son católicos afirman que no existe una base bíblica para honrar a María y que los católicos la veneran y la igualan a Dios. No son capaces de entender por qué honramos a María y damos su nombre las iglesias y las instituciones. No entienden lo que queremos decir al llamarla Madre de Dios. Lo cierto es que nosotros, los católicos, no veneramos a María como veneramos y adoramos a Dios. La honramos, la respetamos, la amamos y pedimos su intercesión, orando: “Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros los pecadores”. Sin embargo, no la igualamos con Dios ni remplazamos a Dios con ella. Más bien, la honramos, en primer lugar porque Dios la honró eligiéndola para que fuera la Madre de Jesús, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, cuando Él se hizo carne y llegó a ser Hombre.
Base Bíblica:
Conocemos la gran verdad de que María es la Madre de Dios gracias al Evangelio de San Lucas, en el mensaje que el ángel le da a María: Tendrás un Hijo a quien podrás por nombre Jesús, y se le llamará el Hijo del Altísimo”. Cuando ella dijo “sí”, el Espíritu Santo creó en su vientre la naturaleza humana que asumiría Dios Hijo. Como la maternidad abarca a la persona y no solo a la naturaleza, y como María es la madre de Jesús, que es Dios verdadero y Hombre verdadero, ella recibe, con toda razón, el título de Madre de Dios. Después de que el ángel se le apareció y le dijo que ella sería la madre de Jesús, la Santísima virgen visitó a Isabel. Al escuchar el saludo de maría, Isabel dijo: «¿Cómo he merecido yo que venga a mí la madre de mi Señor?» [Lucas 1:43]. La Sagrada Escritura nos enseña que Jesús era Dios y también era hombre. Juan escribe: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” [Juan 1:14]. San Pablo se refiere a este suceso en su carta a los Gálatas diciendo, “Dios envió a su Hijo, nacido de mujer”, y también dice: “concebido eternamente por el Padre”. De modo que la Biblia enseña que María fue la madre de Jesús, Dios y Hombre, no en el sentido de que dio a luz a Jesús como Dios, sino en el sentido de que el Niño que ella llevó en su vientre tenía la naturaleza de Dios y la naturaleza Humana.
La Doctrina de la Iglesia:
Basándose en estas referenncias del Nuevo Testamento y en las creencias tradicionales de la Iglesia primitiva, el Concilio de Éfeso afirmó en el año 431 que María era en verdad la Madre de Dios (Theotokos), ya que “según la carne” dio a luz a Jesús, que en verdad era Dios, al igual que un hombre verdadero, desde el primer momento de su concepción en el vientre de María. El Concilio nombró a María la Madre de Dios, para honrarla y también para salvaguardar el dogma de que Jesucristo no solo es verdadero Dios sino también verdadero hombre.
Los Nestorianos, seguidores de Nestorio, un arzobispo de Constantinopla en el siglo V, enseñaban que Cristo era dos en uno: Jesús el hombre y el Hijo Divino de Dios. Esta visión fue condenada en el Concilio de Éfeso (431 AD), que insistió en que Jesús es una Persona con dos naturalezas, la Divina y la humana. La forma más enfática en que pudieron decirlo fue afirmando que María no fue solo la madre de Jesús, el hombre, sino que fue la madre de Dios. Es decir, que Cristo era una persona, no dos. La palabra que usaron fue Theotokos (“la que dio a luz a Dios” en griego).
El Concilio de Calcedonia (451 AD), siguió usando este término, y llegó a ser ortodoxo en las enseñanzas cristianas. Es importante hacer notar que es más una declaración sobre Cristo que sobre María; o mejor dicho, en un nivel de igualdad. Los íconos de Theotokos son comunes en el occidente en la actualidad. Veinte años después, en AD 451, el Concilio de Calcedonia afirmó la Maternidad Divina de María como Dogma, una doctrina oficial de la Santa Iglesia Católica. Como Jesús es Dios, y María es su madre, ella es la Madre de Dios, la Madre del Mesías y la Madre de Cristo, nuestro Divino Salvador.
También sabemos, por la Sagrada Escritura y la Tradición, que Dios llenó a la madre de Su único Hijo con todas las gracias celestiales, la libró del pecado original en el momento de su concepción, por los méritos futuros de la muerte de Jesús, le permitió desempeñar un papel activo en la obra redentora de Jesús, y al final la llevó al Cielo, en cuerpo y alma, después de su muerte. Cuando Jesús estaba muriendo en la cruz, nos dio el valioso don de Su propia madre para que fuera nuestra Madre Celestial.
Primera Lectura de la Misa:
Números 6:22-27: El Libro de los Números narra partes de la historia del trayecto de los hebreos desde Egipto hasta la Tierra Prometida; son sucesos que ocurrieron en el siglo XIII antes de Cristo. A principios del siglo VI antes de Cristo, los Caldeos invadieron a los israelitas y los vencieron en el Reino del Sur, cuya capital era Jerusalén, y muchos fueron llevados a Babilonia como esclavos.
Los setenta años que pasaron allá se conocen como el Exilio. Cuando finalmente pudieron regresar a su patria, sus sacerdotes deseaban restaurar la nación. Uno de sus métodos fue reavivar el sentido de la historia primitiva más gloriosa de su pueblo, así que volvieron a narrar varias historias de la antigüedad, de la época de Moisés, y se produjo lo que conocemos ahora como el Libro de los Números.
Tal vez esta lectura está en Leccionario de este día porque la fiesta conocida con el Año Nuevo civil en muchos países, y la fórmula de la bendición es una manera adecuada de iniciar un año nuevo.
Uno de los actos litúrgicos de los sacerdotes en el Templo de Jerusalén era bendecir a las personas después de los sacrificios del día y en otras ocasiones solemnes. La bendición era una recompensa por el hecho de que el pueblo había cumplido con la Alianza, y una garantía de que la bendición que se había prometido a todas las naciones a través de Abraham se les entregaría un día. Las palabras de esta bendición, que Dios le dio a Moisés (la bendición de Aarón), aparecen en los versos del Libro de Números que se leen hoy en la Misa. Dios confió esta bendición, a través de Moisés, a Aarón y a sus hijos, es decir, a los sacerdotes del pueblo de Israel.
En la antigüedad, se creía que las bendiciones y las maldiciones tenían un efecto casi físico: causaban lo que decían. (La bendición que Isaac le dio a Jacob es un ejemplo de esto.) Para nosotros, la bendición es una oración; oramos para que el Señor nos bendiga, nos guarde y haga brillar Su Rostro sobre nosotros a lo largo del año. Una frase clave en la fórmula es: “Que el Señor haga resplandecer su rostro sobre ti”. Esta frase señala un cambio en la comprensión que la humanidad tiene de Dios. Muchos pueblos antiguos creían que are posible ver el rostro de Dios, aunque era peligroso y a veces fatal hacerlo. El pueblo de Israel de la antigüedad compartió esta creencia durante mucho tiempo (ver Éxodo 33:11, Deuteronomio 34:10, y Génesis 32:31).
Pero las palabras del Dios animan al pueblo a tener la esperanza de ver brillar el rostro de Dios (¿tal vez verlo sonreír?) sobre ellos. Al menos, ese es el don que los sacerdotes piden para las personas que ellos bendicen. Este todavía es un Dios imponente para quienes lo obedecen y veneran, pero es menos aterrador de lo que se creía antes. Es el Dios de la misericordia en acción. “Estas palabras de bendición nos acompañarán en nuestro peregrinar a lo largo del año que se abre ante nosotros.
Son palaras de fuerza, de valor y de esperanza. El mensaje de esperanza que contiene esta bendición se cumplió plenamente en una mujer, María, que estaba destinada a llegar a ser la Madre de Dios, y se cumplió en ella antes que en todas las creaturas”. (Papa Francisco – 2015).
Segunda Lectura:
Gálatas 4:4-17: Algunos de los cristianos de Galacia enseñaban que los cristianos tenían que seguir observando la ley judía, al punto de tener que ser circuncidados para salvarse. San Pablo argumentó con fuerza que no debía haber un requisito como este, ya que la venida de Cristo había cumplido con la Ley Antigua y la había anulado. Los cristianos fueron liberados de la esclavitud de la Ley Antigua pues han llegado a ser hijos de Dios. Pablo enseña que la salvación viene como un don de Dios que no merecemos, y que aceptamos por nuestra Fe en Cristo.
Este pasaje está en el leccionario de hoy porque contiene una referencia excepcional de San Pablo al hecho de que Jesús nació de una mujer. Pablo no menciona a María porque en este texto no se ocupa de detalles, que sus conversos ya conocían. Ya que antes había mencionado la Divinidad de Cristo en su epístola. Lo que Pablo está señalando aquí es la realidad de la naturaleza humana de Cristo, la humillación a la que se sometió el Hijo de Dios que se dignó nacer de una mujer como cualquier niño humano. Pablo también habla de que fuimos adoptados como hijos de Dios. Debemos estar libres de las complicaciones de este mundo. Nuestra relación con Dios es tan cercana que lo llamamos «Abba», un término íntimo para «Padre» (tal vez una traducción mejor sería «Papi»).
El Mensaje del Evangelio:
El Evangelio de hoy nos dice que los primeros que llegaron a adorar al Niño Jesús fueron los pastores. Estaban cuidando a sus rebaños de ovejas cuando el ángel se les apareció y les dio la Buena Nueva sobre el nacimiento del Hijo de Dios. El ángel les dijo que no temieran. Y ese es precisamente el mensaje que nos trae la solemnidad que celebramos hoy.
A través de esta Solemnidad de María, la Madre de Dios, la Iglesia nos dice que no deberíamos temer, que deberíamos prepararnos para el inicio del Año Nuevo pidiéndole a Nuestro Señor y a Nuestra Amadísima Madre, la Santísima Virgen María, que vengan a ayudarnos. Debemos pedirle a María, no solo hoy (aunque hoy es una ocasión para hacerlo), sino siempre, que nos ayude a vivir como personas que han sido renovadas y están listas, con su ayuda, a identificarse más de cerca con las enseñanzas de la Iglesia y con los Mandamientos, de modo que podamos seguir a Cristo más de cerca.
El Evangelio de hoy también dice que A Jesús se le dio el nombre Yeshua – “El Señor salva”. El rito de la Circuncisión une al hijo de María con el pueblo elegido y lo hace heredero de las promesas que Dios le hizo a Abraham; promesas que se cumplirán en este Niño.
¿Por qué Jesús nos dio a Su Madre?
Jesús nos dio a su Madre para que ella fuera la Madre de toda la humanidad. Después de considerar el papel de la Virgen María en el misterio de Cristo y el Espíritu, debemos pensar en su papel en el misterio de la Iglesia. Nosotros sabemos que la Virgen María es la Madre de Jesucristo, y en consecuencia, la Madre de Dios. Pero también es la Madre de la Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo. Por esta razón, la misión de María es totalmente inseparable de la Misión de la Iglesia. Y debe decirse con claridad que el papel de María como Madre de toda la humanidad, de ninguna manera opaca ni disminuye a Cristo. Por el contrario, su papel solo puede ayudar a clarificar el papel de Cristo. Esta es una de las razones por las que Dios decidió compartir su Madre con nosotros.
Muchos cristianos que no son Católicos, en realidad no prestan mucha atención a la Santísima Virgen María. Nosotros, los católicos, por otra parte, la reconocemos como la Reina del Cielo y la Tierra. Sabemos que Jesús la llevó al Cielo, en cuerpo y alma, tan pronto como terminó su misión en la tierra. Este es el Dogma de Asunción, que la Iglesia definió mediante una declaración papal infalible. Tiene sentido que la mujer que llevó a Dios en su vientre sea llevada por Dios al Cielo, y no dejarla en un sepulcro para que se convierta en polvo. De hecho, en el Antiguo Testamento, la Reina del Reino de Israel siempre era la Reina Madre.
Uno de los primeros actos del Rey Salomón, cuando David, su padre, le entregó el trono, fue llevar a su madre, Betsabé, a su lado para que fuera Reina, una mini-Asunción. Hubo una razón práctica para esta tradición: los Reyes del Antiguo Testamento solían tener varias esposas, pero el Rey solo tenía una Madre, así que ella llegaba a ser Reina. Pero también había en esto un significado profético más profundo. Dios ya estaba planeando enviar al Mesías a través de una Virgen, para involucrar íntimamente a una Madre en la Redención, así como una madre (Eva) se había involucrado íntimamente en la Caída (el pecado original).
Dios lo hizo en esa forma a propósito. Dios le da a su Madre un lugar especial en la historia de la salvación porque desea decirnos algo sobre su amor por nosotros. Lu amor es fiel, fuerte e indestructible, ya que Él es nuestro Padre. Pero también es gentil, paciente y siempre está presente, siempre nos cuida, como una Madre. María, nuestra Reina del Cielo y Madre espiritual, nos recuerda esto.
Mensajes de Vida:
- Esforcémonos por ser puros y santos como nuestra Santísima Madre. Todas las madres quieren que sus hijos hereden o adquieran sus buenas cualidades. Nuestra Madre Celestial no es la excepción. Con José, ella educó al Niño Jesús, para que creciera en santidad y “favorablemente ante Dios y ante los hombres”. Por lo tanto, la mejor manera de celebrar esta festividad y honrar a nuestra Madre Celestial sería prometerle que practicaremos las virtudes de fe, obediencia, pureza y servicio humilde. De esta manera. Estaremos esforzándonos por llegar a ser hijos e hijas de nuestra Madre Celestial, la Madre de Dios, que aspiran a la santidad.
- Necesitamos las oraciones de nuestra Madre Celestial para tener una mejor vída física y espiritual en el Año Nuevo: pidámosle a nuestra Madre Celestial su ayuda para que podamos glorificar a Dios con una vida física y espiritual más sana y apreciar mejor la vida en una cultura de muerte. Necesitamos una Súper-Madre, como la Madre de Jesús, para impedir que millones de mujeres embarazadas maten a sus bebés mediante el aborto, y para animar a las naciones a proclamar y hacer obedecer leyes que condenen el homicidio, el suicidio, el asesinato por “misericordia” y los asesinatos en masa cometidos por grupos fanáticos y terroristas.
- Necesitamos honrar a María como la Madre de Jesús: “Honramos a María participando activamente en la Misa de hoy y en todas las festividades Marianas de la Iglesia a lo largo del año. En estas Misas y en otras ocasiones, honramos a María mediante la hiperdulía, es decir, el honor más grande, debido a los dones de la gracia de Dios que se le otorgaron y por la forma en que ella respondió a estos dones. También la honramos en todas las formas de oración Mariana: rezamos el Rosario, el Ángelus, el Regina Caeli [Reina del Cielo], Dios te Salve, Reina y Madre, el Memorare [Acuérdate], etcétera. Decimos estas oraciones con tanta frecuencia que las hemos memorizado. Podemos honrar a María cultivando una vida interior como la suya. María meditaba, reflexionaba y oraba sobre los sucesos de su vida en relación con el plan de Dios para la salvación. Nosotros también participamos en el plan de Dios para la salvación. Somos los instrumentos de Dios y trabajamos con Él en el Reino de Dios. Todo lo que nos sucede tiene un significado positivo y a nosotros nos corresponde tratar de descubrirlo y apreciarlo. Las palabras de María en las Bodas de Caná revelas su orientación básica, la cual podemos aplicar a nosotros mismos. ‘Hagan lo que Él les diga’. Podemos honrar a María pidiendo su intercesión. (DHO).
- Tres formas de hacer que el Año Nuevo sea significativo (William Barclay): a) tenar algo que soñar, b) algo que hacer, y c) alguien a quién amar. “Tengo un sueño” dijo Martin Luther King. Todos deberíamos tener un plan de acción noble (soñar un sueño noble), para cada día del Año Nuevo. Necesitamos recordar el proverbio: “Aprecia tus ayeres, sueña tus mañanas, pero vive tu hoy”. Se ha dicho con verdad que una mente ociosa es el taller del diablo. No debemos ser higueras estériles, ni ramas estériles de la viña del señor. Siempre debemos participar, hacer el bien para otros y amar a los hombres y a las mujeres con quienes nos encontramos en la vida diaria, pues son nuestros hermanos y hermanas en Cristo. Esto se vuelve más fácil cuando hacemos de Dios el centro de nuestra vida y nos demos cuenta de su presencia en las personas que nos rodean. Así como la luna toma prestada la luz del sol para iluminar la tierra, nosotros debemos irradiar la Luz de Dios que brilla en nuestro interior. Hagamos la oración de Dag Hammarskjold:
“Señor, por todo lo que ha sido, ¡Gracias! Para todo lo que será, ¡Sí!”.
¡Les deseamos un Feliz Año Nuevo, desbordándose con un “Sí” a Dios nuestro Padre, al Señor Jesús, nuestro Hermano, y al Espíritu Santo, nuestro Abogado y Guía en cada buena obra que Su gracia sugiera! ¡Oh, Dios nuestro, y nuestra Esperanza, gloria te sea dada!
Un niño bolero estaba haciendo su trabajo en la Gran Estación Central de Nueva York. Una medalla de plata danzaba en su cuello cuando daba brillo a los zapatos de un hombre con un trapo, una y otra vez. “Hijo”, dijo el hombre con curiosidad, “¿Qué es ese metal que llevas alrededor del cuello?”. “Es una medalla de la madre de Jesús”, respondió el niño. “¿Por qué su medalla?”, preguntó el hombre “No es muy distinta a tu mama”. “Tal vez”, dijo el niño, “pero hay una gran diferencia entre su hijo y yo”. La devoción del niño por María, la madre de Jesús, me invita a preguntar: ¿Qué papel tiene María en mi vida? ¿Cómo podría representar ella un papel mayor? (Mark Link in Vision 2000).
Tomado de: Homilías del Padre Anthony Kadavil – Radio Vaticano.
Imagen: Sandro Botticelli – The Virgin and Child (The Madonna of the Book)
0 comentarios