El terremoto del 19 de setiembre sacudió a todo México porque, si bien la Ciudad de México está con más de un centenar de familias que aún lloran por la pérdida de sus hijas, hijos, padres, madres o bienes materiales que obtuvieron con mucho esfuerzo a lo largo de los años, ninguna persona podría permanecer indiferente ante la esperanza y el dolor de los más vulnerables y de la tierra.
Este sismo destapó irregularidades en construcciones, condiciones laborales bastante precarias y una clase política que ‘discute’ cómo dar la mano ante los próximos resultados electorales. Sí, hay caos pero también mucha solidaridad. Ahí, entremezclados estuvieron (están aún) las y los jóvenes que a manos limpias se movilizaron para trasladar, rescatar y llevar ayuda a los damnificados. Les vi decididas(os) a estar del lado de los más vulnerables. Ahí están, a su lado.
Y es que la angustia no tuvo ni tendrá la última palabra. Doy testimonio de tantos gestos de solidaridad, aún en medio de tanta tristeza, que hacen de la vida: historias extraordinarias. En está red de solidaridad, como Hermanas de la Caridad del Verbo Encarnado desde la diversidad de nuestros ministerios nos organizamos y salimos al encuentro de la vida con el único propósito de extender la esperanza.
Durante estos días junto a Sor María Márquez, Sor Covadonga Suárez y Sor Ofelia Lozano simplemente fuimos estar con el otro, la otra… visitamos a las personas en Santa María Nativita, San Gregorio, Del Valle, Centro Universitario Incarnate Word, Xochimilco y ahí… allá encontramos el alivio más profundo.
Pero nuestras Hermanas Mayores fueron más allá. Ellas, todos estos días adecuaron sus hábitos de consumo, nos entregaron sus dulces y rezan cada día para que toda persona caiga en la cuenta de que hay otros muchos que necesitan de eso que para algunas de nosotras pueda parecer básico: alimento diario.
Pasar por calles y con gente destrozada me implicó una valentía especial y sobre todo una actitud de humildad fuerte. Porque necesité aceptar que aunque queríamos ayudar a muchos, a todos, no podíamos. Alimentos, agua, ropa interior básica, juguetes y dulces siempre serán insuficientes ante esas mujeres y hombres (de a pie) que ayudaban, ayudan y ayudarán a rescatar la vida digna.
Al escribir estas líneas traigo a mi mente y corazón el rostro de la Señora Cecilia y su hogar, porque ella aún en medio del desastre organiza a sus vecinos y vecinas para extender el alimento, buscar espacios seguros para los más pequeños, reportar daños y luchar por sus derechos. Ella ha puesto el amor en marcha y lo ha convertido en consuelo, acogida, oración y tantas otras cosas más.
Culmino más que sorprendida por estar aquí y vivir esta experiencia que nos obligó a recordar de lo que somos capaces juntas/os. Me voy al Perú inmensamente agradecida con todas las personas que nos han ayudado a ser una comunidad religiosa presente ante la urgencia aquí en México; porque saben que algo tan delicado como atender la vida de los más vulnerables, no puede esperar.
A continuar.
Nota originalmente publicada en el Blog de la Oficina Congregacional de Justicia, Paz e Integridad de la Creación.
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