En nuestra primera publicación, comentamos brevemente la idea de la “vocación” como una invitación específica de Dios para que lleguemos a ser lo que se supone que debemos ser. En esta publicación nos concentraremos en la vocación religiosa: el llamado de Dios a una vida consagrada para servirlo y servir a su pueblo.
Como señalamos en la primera publicación, cada uno de nosotros tiene dones únicos que nos identifican como individuos y nos dan una inclinación hacia intereses específicos. Reconocer estos dones y discernir cómo podemos usarlos mejor, es una tarea que cada uno de nosotros debe llevar a cabo como parte de su respuesta al llamado de Dios. La vocación religiosa nos invita a dedicarnos públicamente a una vida de servicio a otros a través de un compromiso con Dios expresado en los votos. La vocación religiosa también es una invitación personal y específica de Dios; en la respuesta, que es personal, ofrecemos nuestros talentos individuales para usarlos en beneficio de otros como una forma de servir a Dios.
En la vocación religiosa, nos dedicamos a una vida de servicio a través de una afirmación pública de compromiso. Esta afirmación pública se formaliza al hacer los votos de pobreza, castidad y obediencia, que son compromisos solemnes de vivir en el celibato y concentrarnos únicamente en la voluntad de Dios renunciando a la acumulación de bienes materiales.
Otros signos públicos de la vida consagrada al servicio en la vocación religiosa podrían ser el uso de un velo, un hábito sencillo, o lo que es más frecuente, el uso del símbolo de una congregación religiosa en particular y de la fe cristiana que se lleva en un dije o en un broche. Además, una vocación religiosa une a la persona a una comunidad de otras personas comprometidas con servir a Dios sirviendo a los demás.
La comunidad religiosa, la congregación, es un agente poderoso en el servicio de Dios: los miembros contribuyen a la misión de la congregación a través de sus talentos específicos y de la profesión de los votos. Y cada congregación religiosa contribuye a la misión de la Iglesia como parte de una comunidad más grande; el Cuerpo de Cristo. El compromiso de los votos que nos lleva a vivir para Dios sirviendo a otros caracteriza a l vocación religiosa. Ya sea que nuestra respuesta al llamado de Dios se viva en una congregación religiosa o en otra clase de comunidad, cada uno de nosotros está llamado a responder a la invitación de Dios en forma libre y plena. Cuando nuestra respuesta es “sí”, empezamos a recorrer el camino para llegar a ser lo que se supone que debemos ser. Cuando nuestra respuesta nos lleva a la vida religiosa, avanzamos por este camino dando prioridad a las necesidades de otros y manteniendo nuestra mirada fija en Dios.
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