¿Has escuchado el llamado?, ¿has recibido una invitación de Dios para dedicar tu vida al servicio de los demás? Aquí te compartimos algunas reflexiones sobre este tema.
La palabra “vocación” viene de la palabra latina vocare—“llamar”. Cuando hablamos de la vocación de una persona, nos referimos a una invitación específica y personal por parte de Dios para llegar a ser la persona que debes ser.
El llamado es una invitación: no se nos presiona ni se nos obliga; se nos atrae, se nos cautiva, se nos conmueve. Para algunas personas, esta atracción es tan intensa y tan insistente que no dudan que sea la voluntad de Dios; sentimos el anhelo de seguirlo, no podemos descansar hasta hacerlo. Para otras, la atracción es gradual, lenta; al paso del tiempo descubrimos, a veces con sorpresa, cual es el camino que nos corresponde seguir. La invitación de Dios no expira; cuando reconocemos nuestro camino, Dios nos guía con gentileza.
El llamado es específico: cada uno de nosotros tiene talentos especiales, capacidades y habilidades que se identifican con nosotros como individuos. Al paso del tiempo descubrimos nuestras fortalezas y las desarrollamos. Aprendemos, en base a la experiencia, cómo combinar mejor nuestros talentos para alcanzar nuestras metas. Nuestra vocación nos permite utilizar estas capacidades únicas con libertad y plenamente.
El llamado es personal: una vocación viene de Dios y se entrega a cada persona. La invitación no se encuentra en una galleta de la suerte ni lanzando una moneda; no se encuentra en una bola de cristal ni en un mensaje del gobierno. El llamado de Dios a cada uno de nosotros se discierne y se recibe en el ‘interior’. Algunas personas lo consideran un “descubrimiento”; otras podrían llamarlo “revelación”. El hecho es que nuestra vocación es la invitación de Dios para que lleguemos a ser lo que se supone que debemos ser; nuestra tarea es estar alerta a los signos de ese llamado y responderlo con un “sí”.
0 comentarios