“Cada vez que me acuerdo de ustedes, doy gracias a mi Dios…” estas palabras de San Pablo a los Filipenses, me vienen muy seguido a la memoria, porque la Comunidad Hispana del pequeño poblado de California Missouri, hace que en mi corazón resuenen.
Es un privilegio convivir con los migrantes, durante este tiempo en ministerio con ellos, su fe me ayuda, su confianza en Dios, su sencillez de vida, su sufrir por la lejanía de la familia y de la patria, pero al mismo tiempo se forma una nueva comunidad de apoyo mutuo.
En las diferentes ocasiones que se presentan ya sean problemas, sufrimientos, alegrías y otras situaciones familiares, el apoyo incondicional que se brindan unos a otros, hace realidad que el Verbo se hace carne, en medio de ellos, con ellos y entre ellos.
Las oportunidades de servicios que les podemos prestar son innumerables, desde una sencilla consulta médica, hasta una cesárea u otra cirugía. De preparación para los Sacramentos, hasta el acompañamiento en la corte por alguna situación irregular que se les presenta.
Aprendí de Enrique Castro que trabaja para el ministerio Hispano en la Diócesis, que en una ocasión nos compartió y dijo, “ésta es mi familia, la de sangre está lejos, pero con ustedes convivio muy frecuentemente”. Mi familia congregacional, es y será siempre la que escogí de por vida, y aunque físicamente lejos su apoyo lo vivo en la presencia por diversos medios. La Eucaristía de cada domingo, la Hora Santa de los jueves, me dan la oportunidad de orar con ellos, de aprender de ellos, de conocerlos un poquito más cada vez y continuar esta peregrinación como verdadera Iglesia, Pueblo de Dios.
Por Sor Lupita Ruiz.
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